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Comecocos 3/3a: recapitulando

Decíamos ayer...

Estaba contando una historia: la de la búsqueda del conocimiento humano. O al menos, un pequeño capítulo de esa historia, la "guerra" moderna entre dos bandos, los "creyentes" y los "racionalistas". Guerra que está hoy día en un momento álgido, tras las grandes olas de la Ilustración por un lado y de la Nueva Era por el otro, con bandos que defienden ardientemente sus propios métodos, ambos poderosos y con pretensión de universales, y atacan ferozmente a los del otro lado.

En este artículo quiero hacer un repaso a cómo entiendo yo que funcionan ambas vías, y explicar un descubrimiento que he hecho, o un modelo que propongo sobre la cuestión de la fe. Aunque antes reconozco que hablar de sólo dos bandos es una simplificación. No es lo mismo un racionalista, que un científico, que un escéptico (aunque estas gentes se suelen arrimar a un mismo bando), de igual modo que tampoco son los mismos los religiosos que los espiritualistas, por ejemplo. No quiero entrar en toda la gama, me centraré en dos puntos: el método científico clásico y la búsqueda de conocimiento a través de la fe.

Comencemos por la vía científica. Resumo lo que ya expliqué en el primer artículo. Se basa en tres pilares:
  1. Obtener información mediante los sentidos (amplificados si es posible por aparatos de medida).
  2. Usar la razón para deducir conocimiento nuevo y crear modelos y leyes.
  3. Aplicar el método científico para consolidar el conocimiento, descartar los modelos que no se corresponden con la realidad, y suprimir el factor subjetivo.
Esta vía es tremendamente poderosa. Sin embargo, no está exenta de limitaciones. Básicamente dos:
  • No todo el conocimiento es alcanzable por la lógica (Teorema de Gödel) u observable empíricamente (Principio de Heisenberg).
  • Aunque lo sea, se necesitan dos cosas: datos y tiempo para procesarlos. Y a menudo ocurre que no hay suficiente de alguna de ellas, o de ambas.
Sobre todo esto hay poca discusión. Vamos pues con la fe. Para empezar, diré que no me interesa (en este momento) la gente que cree en algo "porque lo dice" no sé quién, porque le han comido el coco, o porque "aquí siempre se ha creído eso y no tengo tiempo o ganas de pensar". Lo que quiero es observar a las personas razonables, inteligentes, que buscan respuestas, que cuando acuden a la ciencia se encuentran con uno de esos "no sé, me faltan datos", pero que siguen más allá de ahí. Un caso fascinante y arquetípico es el de G.K. Chesterton, según el libro que leí y comenté al principio de este blog.

El proceso que lleva a la fe, cuando no proviene simplemente de un adoctrinamiento desde pequeñito, se podría contar de la siguiente forma:

Uno anda buscando respuestas, y mientras vienen, va creando hipótesis, posibilidades, fantasías... En un momento dado, de repente o poco a poco, una de esas posibilidades parece sorprendentemente distinta, sin que se pueda explicar de forma razonada. Se parece muchísimo a un enamoramiento: yo conozco a muchas mujeres, que me gustan más o menos. Pero un día, sin saber muy bien cómo, una de ellas ya no es una mujer. Es LA mujer. Y no hay argumentos que demuestren por qué ella sí y las otras no. Pero es algo que "sé" con claridad.

Pues lo mismo con las ideas. No puedo explicarlo, pero tengo clarísimo que esa idea es LA correcta y las otras no. ¿Cómo es posible? ¿De dónde sale esa sensación, esa emoción tan potente? Las religiones acuden en este punto a lo llamado "sobrenatural". Es decir, algo que no se puede comprender o explicar. O a ofrecer un mito explicativo, pero un mito que para aceptarlo hace falta, precisamente, fe.

Yo puedo ofrecer otra respuesta.

Hasta ahora he sido bastante objetivo. Pero a partir de aquí a lo mejor empiezan algunos a sentir que les raya mucho lo que cuento, y en cambio a otros les encante...

Voy a resumir ahora lo que conté en la parte 2 de este ensayo sobre las emociones. Todo ello está extraído de "El laberinto sentimental" de Marina, "El viaje a la felicidad" de Punset (los tenéis ahí a la derecha) y otros como "El ordenador emocional" de José Antonio Jáuregui o "La identidad humana" de Edgar Morin. Y recocido después a fuego lento en la cacerola que llevo sobre los hombros...

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